Corazón de Tlalne: El amor en un plato caliente.

Hay un hambre que se siente en el estómago, un vacío que debilita. Pero existe otro, más profundo, que anida en el alma: el hambre de compañía, de una mirada amable, de un lugar en el mundo. En los rincones más vulnerables de Tlalnepantla, esta doble necesidad ha encontrado respuesta en una red de espacios bautizados con un nombre que lo resume todo: "Corazón de Tlalne".

NACIONAL / ESTADOSMUNICIPIOSACTIVISMOL@S COLUMNISTAS

Zully Martínez

6/21/20252 min read

Hay un hambre que se siente en el estómago, un vacío que debilita. Pero existe otro, más profundo, que anida en el alma: el hambre de compañía, de una mirada amable, de un lugar en el mundo. En los rincones más vulnerables de Tlalnepantla, esta doble necesidad ha encontrado respuesta en una red de espacios bautizados con un nombre que lo resume todo: "Corazón de Tlalne".

Estos santuarios de barrio, sin embargo, no son un hecho aislado. Son la encarnación de una filosofía que ha permeado en la vida pública: el Humanismo Mexicano que promueve la Presidenta Claudia Sheinbaum.

Es la materialización de un principio fundamental: "por el bien de todos, primero los pobres". Al cruzar el umbral de un "Corazón de Tlalne", el aroma a hogar te abraza, pero es el sonido de las conversaciones y la risa que rasga el velo de la soledad, lo que realmente te acoge. Aquí, la asistencia no es una dádiva, es un acto de justicia social.

Y el alma, en un "Corazón de Tlalne", tiene un menú generoso que refleja la visión de un Estado de Bienestar. El alma come de una palabra de aliento que aligera la carga; se nutre del derecho a una mirada que no juzga, que ve a la persona y no a su carencia; se sacia con el calor de un plato ofrecido con afecto.

Estos no son lujos, son los derechos del alma, pilares de ese segundo piso de la transformación que la Dra. Sheinbaum ha delineado: donde el bienestar no se limita a lo material, sino que abarca la seguridad, la tranquilidad y el derecho a ser parte de una comunidad.

Las manos que lideran estos espacios, en su mayoría de mujeres, son el motor de este milagro cotidiano. Ellas encarnan a la perfección "El Poder de Servir", la máxima que la Maestra Delfina Gómez ha impulsado en el Estado de México.

No son funcionarias en un escritorio; son ciudadanas ejerciendo el poder más noble: el de la solidaridad. Ellas no solo mezclan ingredientes; tejen lazos de confianza. No solo sirven comida; reparten consuelo y reconstruyen la dignidad, plato a plato, demostrando que la verdadera transformación nace en el territorio, en la colonia, escuchando y atendiendo.

En cada porción servida en "Corazón de Tlalne" se devora la indiferencia y se siembra un brote de esperanza. Son la prueba viviente de que la política social más efectiva es la que se construye desde abajo, con la gente y para la gente.

En la sencillez de una cocina compartida, Tlalnepantla nos revela su propósito más hondo: sanar el aislamiento y vencer al olvido. Su lección resuena con la visión que hoy impulsa al país y al estado: el alimento esencial no es el que llena el estómago, sino el que nos recuerda que somos una comunidad, devolviéndonos la certeza de que nunca más caminaremos solos.