Día Internacional del Socorrista y Paramédico: Un abrazo al latido de México, un clamor por dignidad y justicia

Este día no es solo para reconocer su sacrificio, sino para mirar con el corazón abierto sus luchas, sentir su entrega y comprometernos a construir un México que los valore como el tesoro que son.

L@S COLUMNISTAS

Any Palma.

7/5/20255 min read

Cada 24 de junio, el mundo se une para honrar a los socorristas y paramédicos, esos corazones valientes que, en los instantes más frágiles de la vida, se convierten en la esperanza de quienes enfrentan el dolor e incertidumbre. En México, estos héroes anónimos, conocidos como Técnicos en Urgencias Médicas, son mucho más que profesionales: son el aliento que sostiene a un país en medio del caos. Con manos que tiemblan de cansancio, pero nunca dudan, estabilizan vidas, cierran heridas y llevan consuelo a quienes más lo necesitan. Sin embargo, su realidad está marcada por un sistema que no les corresponde: salarios que no alcanzan para vivir, ambulancias que fallan, riesgos que los acechan y un olvido que hiere el alma. Este día no es solo para reconocer su sacrificio, sino para mirar con el corazón abierto sus luchas, sentir su entrega y comprometernos a construir un México que los valore como el tesoro que son.

Cierra los ojos por un instante e imagina la escena: una carretera oscura, un accidente, el eco de una sirena que corta la noche. Un paramédico llega, con el pulso acelerado, para salvar a alguien que lucha por respirar, mientras una familia contiene el aliento a un lado. O piensa en un pueblo remoto, donde una madre en trabajo de parto confía en un par de manos expertas porque el hospital está a horas de distancia. Durante el sismo de 2017, fueron ellos quienes se adentraron en edificios derrumbados, buscando vida entre los escombros, con el polvo en los pulmones y la esperanza en el corazón. En la pandemia de COVID-19, trasladaron a miles de pacientes, enfrentando el miedo al contagio sin equipo de protección adecuado, porque su compromiso con la vida era más fuerte que cualquier temor.

Cada vida que salvan lleva un pedazo de su alma. Pero detrás del uniforme hay un ser humano que siente, que se agota, que carga en silencio el peso de lo que ve: el llanto de una madre, el último suspiro de un paciente, la impotencia de no poder hacer más. En México, el 49% de los paramédicos son voluntarios que trabajan sin recibir un solo peso. Los que tienen sueldo ganan, en promedio, 8,696 MXN al mes, una cantidad que no refleja la inmensidad de su responsabilidad. Los turnos de 24 horas o más los dejan al borde del agotamiento, mientras que, en zonas violentas, como Michoacán en 2020, enfrentan agresiones que convierten su labor en un acto de valentía aún mayor. El estrés postraumático los acompaña como una sombra silenciosa, y la falta de apoyo psicológico deja sus heridas emocionales sin sanar.

Los paramédicos son el primer eslabón en la cadena de supervivencia, los guardianes de la “hora dorada”, esos minutos cruciales tras una emergencia donde su intervención puede cambiarlo todo. Con destreza, realizan reanimación cardiopulmonar, controlan hemorragias, estabilizan fracturas y trasladan pacientes a hospitales, a menudo en condiciones extremas. Pero muchas ambulancias, especialmente en zonas rurales, son reliquias que carecen de equipos vitales: desfibriladores, monitores cardiacos, medicamentos esenciales. La comunicación con hospitales es deficiente, retrasando la atención de pacientes en estado crítico. Un estudio en el norte de México reveló que estas carencias son una barrera constante para salvar vidas.

La formación es otra herida profunda. El 78% de los paramédicos solo tiene capacitación básica, insuficiente para procedimientos avanzados como intubaciones o administración de fármacos especializados, solo el 22% cuenta con formación intermedia o avanzada, y la oferta educativa es escasa: apenas unas pocas universidades ofrecen programas de Técnico Superior Universitario en Paramédico. Para quienes trabajan en comunidades marginadas o como voluntarios, la educación continua es un lujo inalcanzable, limitando su capacidad para adaptarse a los avances médicos y proteger más vidas.

En un México marcado por accidentes de tráfico, desastres naturales y enfermedades crónicas, los paramédicos son un faro en la tormenta. En comunidades rurales e indígenas, donde los hospitales están a horas de distancia, ellos son la única esperanza de atención médica. En lugares como Chiapas o Oaxaca, su presencia ha evitado tragedias en partos complicados, traumatismos o crisis cardiacas. Cada vida que salvan no es solo un acto médico; es una familia que sigue unida, un pueblo que resiste, un país que no se rinde. Su trabajo es un recordatorio de que, en los momentos más oscuros, la humanidad prevalece gracias a su entrega.

En el mundo, hay países que nos muestran cómo honrar a estos héroes. En Suiza, los paramédicos reciben tres años de formación intensiva, con 5,400 horas que incluyen diagnóstico inicial, simulaciones y telemedicina. Sus ambulancias, equipadas con tecnología de punta, garantizan respuestas en 10 a 15 minutos, y sus salarios, entre 1.2 y 1.6 millones de MXN al año, reflejan su valor. En Estados Unidos, la formación de 1,200 a 1,800 horas, con certificaciones renovadas cada dos años, asegura un estándar alto. Sus ambulancias cuentan con monitores, ventiladores y sistemas de comunicación avanzados, y los ingresos promedian entre 40,000 y 60,000 USD anuales.

En México, las ambulancias rurales a menudo carecen de lo básico, y la formación limitada perpetúa un ciclo de desigualdad. Pero estos ejemplos globales nos dan esperanza: con voluntad política, México puede transformar la realidad de sus paramédicos, ofreciendo formación gratuita, ambulancias modernas y condiciones laborales que honren su sacrificio.

El Día Internacional del Socorrista es un momento para sentir con ellos, para imaginar un México que no solo los aplauda, sino que los abrace con acciones concretas; garantizando un sueldo mínimo de 15,000 a 20,000 MXN mensuales, con bonos por riesgos, seguro médico completo, aguinaldo y fondos para el retiro, incluso para quienes hoy trabajan como voluntarios, equipar todas las ambulancias con desfibriladores, monitores, medicamentos esenciales y sistemas de telemedicina. En zonas de alta violencia, incluir blindaje y radios seguras para proteger a quienes arriesgan todo, crear una Universidad Nacional de Ciencias de la Salud con programas gratuitos de Técnico Superior Universitario en Paramédico, junto con educación continua accesible en todo el país y proporcionar equipo de protección personal de calidad, seguros contra lesiones laborales y acceso gratuito a servicios psicológicos, con líneas de ayuda 24/7 para sanar el peso del estrés postraumático.

Este 24 de junio, detengámonos a sentir el pulso de los paramédicos, esos corazones que corren hacia el peligro para salvarnos. Merecen más que nuestro reconocimiento; merecen un país que los cuide, que los equipe, que los valore. Los jóvenes que sueñan con dedicar su vida a esta profesión merecen un México donde la educación sea un puente, no una barrera.

Imaginemos un futuro donde cada ambulancia esté lista para salvar, donde cada paramédico pueda trabajar con dignidad, y donde ninguna comunidad quede desprotegida. Este Día Internacional del Socorrista es un susurro de amor, un grito de justicia, un abrazo de esperanza. Escuchemos sus latidos, sintamos sus luchas y trabajemos juntos por un sistema de salud que no deje a nadie atrás. Porque los paramédicos no solo salvan vidas; son el alma de un México que sueña con ser más humano.