Francisco Cervantes: el operador empresarial en la frontera del T-MEC.
A medida que México se aproxima a la revisión del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), la figura de Francisco Cervantes Díaz, presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), se consolida como un eje de equilibrio —y de influencia— entre el poder económico y el político. Su papel trasciende la representación gremial: es un actor que, con discreción, ha tejido relaciones que pesan tanto en los despachos empresariales como en los pasillos de Palacio Nacional.
L@S COLUMNISTAS


A medida que México se aproxima a la revisión del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), la figura de Francisco Cervantes Díaz, presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), se consolida como un eje de equilibrio —y de influencia— entre el poder económico y el político. Su papel trasciende la representación gremial: es un actor que, con discreción, ha tejido relaciones que pesan tanto en los despachos empresariales como en los pasillos de Palacio Nacional.
Del liderazgo gremial a la ingeniería política.
Cervantes no llega a esta coyuntura desde la improvisación. Forjado en la industria manufacturera y minera, con paso por la CONCAMIN, ha construido una reputación basada en la mediación y en una inteligencia económica que combina el análisis técnico con la lectura política. Su liderazgo al frente de la máxima cúpula empresarial se ha caracterizado por una capacidad de diálogo que le permite transitar entre sectores dispares sin romper puentes. Esa habilidad, vista por algunos como pragmatismo y por otros como exceso de cercanía con el poder, se refleja en su relación con el presidente Andrés Manuel López Obrador, y en su trato directo con empresarios de peso, entre ellos el ingeniero Carlos Slim Helú, con quien se le ha visto coincidir en actos públicos y privados de alto perfil. En los corredores del poder económico se habla de Cervantes como una figura que entiende la economía como un tablero político; y en Palacio Nacional se le reconoce —a veces en voz baja— como una pieza relevante en ciertos procesos de toma de decisiones estratégicas.
Continuidad como mensaje político.
La decisión de extender su mandato en el CCE hasta diciembre de 2025 no solo es un gesto administrativo. Es una señal de confianza interna y una apuesta por la continuidad en medio de la turbulencia internacional. Los empresarios prefirieron mantener un liderazgo probado en negociación y manejo de crisis antes que abrir una transición que pudiera fragmentar al bloque privado en el momento más delicado del tratado.
El “cuarto de junto”: laboratorio de poder.
El cuarto de junto, el espacio donde el sector privado asesora técnicamente al gobierno durante las negociaciones del T-MEC, será la arena donde Cervantes ponga a prueba su estilo. Ahí convergen los intereses de los gigantes automotrices y energéticos con las urgencias de las PYMES, los productores agrícolas y los nuevos inversionistas del nearshoring. Coordinar ese mosaico sin que se desborde la relación con el Ejecutivo exigirá la mezcla de diplomacia y cálculo que ha definido su trayectoria.
Unidad o simulacro.
El discurso de “unidad nacional” que enarbola el CCE resulta funcional ante los socios del norte, pero internamente tiene grietas. Cervantes ha logrado mantener a raya las tensiones entre cámaras industriales, pero no todos los sectores se sienten representados. El riesgo de un consenso aparente —que maquille diferencias de fondo— acompaña cada encuentro que convoca. Pese a ello, su narrativa de conciliación sigue siendo la más aceptada dentro y fuera del organismo.
Los puntos críticos.
La revisión del T-MEC traerá a la mesa temas donde el margen político será mínimo: reglas de origen automotriz, energía y transición verde, laboral y sindicalismo, solución de controversias. El contexto internacional tampoco ayuda: Estados Unidos se prepara para elecciones con discurso proteccionista y Canadá endurece su política ambiental. Cervantes actúa como traductor entre esas exigencias y la realidad industrial mexicana, buscando que el país no pague costos políticos por decisiones económicas.
Más que portavoz, equilibrista.
Su liderazgo no se mide en declaraciones públicas sino en resultados silenciosos: acuerdos que se sostienen, crisis que se desactivan, negociaciones que no trascienden a la prensa. En un entorno donde la desconfianza entre poder político y capital privado suele ser la norma, Cervantes ha hecho de la moderación una forma de poder.
Epílogo.
En los próximos meses, México pondrá a prueba no solo su competitividad, sino su madurez institucional para sostener el diálogo entre gobierno y sector productivo. Francisco Cervantes se mueve justo en esa frontera. Si logra mantener el equilibrio entre influencia y prudencia, quedará como el gestor que ayudó a redefinir la relación Estado-empresa. Si no, como el testigo de un desencuentro que el país ya no puede permitirse repetir.