In Tlahtōl in Mācēhualtin: La Voz del Pueblo
"La voz del pueblo es la voz de Dios". Mucho se ha hablado de los momentos históricos donde los pueblos, los mācēhualtin, se levantan y, al grito de "¡no más injusticias!", toman las armas cuando están cansados de tantos abusos y omisiones. Guiados por el principio de que "sin el pueblo, nada, y con el pueblo, todo", los mexicanos votaron por una nueva Suprema Corte de Justicia.
L@S COLUMNISTAS


"La voz del pueblo es la voz de Dios". Mucho se ha hablado de los momentos históricos donde los pueblos, los mācēhualtin, se levantan y, al grito de "¡no más injusticias!", toman las armas cuando están cansados de tantos abusos y omisiones. Guiados por el principio de que "sin el pueblo, nada, y con el pueblo, todo", los mexicanos votaron por una nueva Suprema Corte de Justicia.
Esta nueva Corte tiene una enorme responsabilidad: responder al clamor de un pueblo por una verdadera tlamelāhuacāyōtl (recta justicia) y por dejar atrás los viejos vicios. Se busca terminar con una justicia a modo, a la que solamente podía acceder quien podía pagarla; con jueces seducidos por el dinero; con magistrados coludidos con los líderes corruptos y los intereses extranjeros. Ellos olvidaron que la justicia y el derecho a la misma son para el bien común, y su acceso debe ser para todos, sin importar el estatus social o el poder económico.
Durante mucho tiempo, pueblos y comunidades enteras, nuestros āltepētl, fueron arrasados por la voracidad, sin que tuvieran oportunidad de obtener algún beneficio o de que su voz fuera escuchada para ser tratados de manera justa. Simplemente fueron ignorados y, en no pocas ocasiones, eliminados del tablero para que los intereses de unos cuantos prevalecieran sobre el clamor de las mayorías.
Para quienes creen que elegir a los impartidores de justicia fue una simple ocurrencia populista, hay que decirles que in tlahtōl in mācēhualtin (la voz del pueblo) es la voz de Dios. Y cuando el pueblo se cansa, las revoluciones suceden. Esta vez, la revolución fue la de la tlamatiliztli (la conciencia, la sabiduría), y el anhelo de un México mejor.
Un México más justo, más equitativo y con más pueblos originarios. Quienes creen que tener a un ministro presidente hablante de su lengua, orgulloso de sus raíces y sencillo por naturaleza es un atraso, están muy equivocados. Porque en el México de nuestros ancestros, la justicia protegía la vida del pueblo, pues la comunidad era lo más importante. Ellos sabían que un pueblo respetuoso de sus leyes era un pueblo seguro, que vivía en armonía y paz.
México se está transformando. Los mexicanos alzamos la voz para elegir a nuestros nuevos representantes y estaremos al pendiente de sus resoluciones. México quiere un aparato de justicia incorruptible, porque no se puede avanzar en la transformación con los viejos vicios y los horrores que cometieron aquellos que usaron el poder para la injusticia.
Desde esta columna, el que suscribe se une al clamor popular. Que los tlacameh ihuan cihuameh (hombres y mujeres) que van a presidirlo lleven a cabo la misión de sus vidas: impartir una justicia digna, coherente y honorable. Porque nuestro país merece que los mejores procuren que nuestro México sea más justo y más humano.
Ellos tienen una gran misión, pero la responsabilidad es de todos. Si queremos lograr el México de nuestros sueños, todos vamos a poner nuestro yōllōtl (corazón). No es una tarea fácil, es una labor de todos. Si lo entendemos así, estoy seguro de que esta nueva Suprema Corte tendrá las herramientas y la confianza para hacer su labor. Su encomienda por la justicia con apego a derecho es lo que el pueblo de México necesita.
La voz del pueblo es la voz de México. ¡Que sea un éxito! ¡Que sea un triunfo! Para que nuestra generación hable con orgullo a las generaciones venideras sobre cómo un cambio de mentalidad puede crear una revolución de las conciencias. Que esas nuevas generaciones reciban el México de nuestros anhelos: un México bueno y justo para todos. Mā xic chicāhua, Mēxihco! (¡Que así sea con fuerza, México!).