"La crítica al Tren Maya fue más política que ambiental"
Ciudad de México.— El término ecocidio se ha convertido en una etiqueta recurrente para describir prácticamente cualquier intervención humana en el medio ambiente. Obras, proyectos y decisiones de gobierno reciben esa marca de manera indiscriminada. Sin embargo, la sobreutilización del concepto no ha fortalecido al ambientalismo: lo ha deformado y convertido en un recurso de propaganda política.
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Ciudad de México.— El término ecocidio se ha convertido en una etiqueta recurrente para describir prácticamente cualquier intervención humana en el medio ambiente. Obras, proyectos y decisiones de gobierno reciben esa marca de manera indiscriminada. Sin embargo, la sobreutilización del concepto no ha fortalecido al ambientalismo: lo ha deformado y convertido en un recurso de propaganda política.
Un ejemplo emblemático es el Tren Maya. En el debate público se instaló la idea de que se trata de la obra más destructiva de la selva mexicana, como si representara por sí sola la gran catástrofe ambiental del sureste. Pero los datos muestran otra realidad: incluso con cifras atribuidas por la oposición, la deforestación relacionada con el Tren rondaría las 6 mil hectáreas en total, frente a las más de 48 mil hectáreas arrasadas por la actividad agropecuaria solo en los municipios de Othón P. Blanco y Bacalar, Quintana Roo. La proporción es contundente: el Tren representa apenas el 12% de esa pérdida.
No obstante, la palabra ecocidio resultó más eficaz que los números. El debate se cargó de dramatismo y no de evidencia.
Algo similar ocurrió con el jaguar. Se repitió que la obra había cobrado la vida de ejemplares, sin pruebas que lo confirmaran. En contraste, la evidencia científica señala que la población de jaguares ha mostrado crecimiento en los últimos años gracias a programas de conservación. Además, el Tren Maya es la primera infraestructura de transporte en México que incluye pasos de fauna y medidas de conectividad ecológica para reducir la fragmentación de ecosistemas.
Otro mito fue el del manto acuífero. Se aseguró que los cenotes colapsarían y que el agua de la península estaría en riesgo. Sin embargo, el proyecto no contempla excavaciones a cielo abierto sobre cavernas o cenotes, y se diseñaron sistemas para mitigar vibraciones. ¿Hay impactos? Sí, como en toda gran obra. Pero afirmar que “el Tren acabará con el agua” fue un recurso de alarma, no de ciencia.
Es importante distinguir: no se critica al ambientalismo serio, aquel que investiga con datos y defiende genuinamente los ecosistemas. La crítica apunta al uso político del ambientalismo, disfrazado de causa noble pero impulsado por intereses ajenos al medio ambiente. Se grita ecocidio porque esa palabra genera miedo, titulares y clics, no porque esté respaldada en hechos.
El Tramo 5 del Tren mostró irregularidades y sus impactos deben evaluarse con rigor. Negarlo sería irresponsable. Pero convertir al Tren en el “villano favorito” de todo lo malo que ocurre en el sureste es una simplificación peligrosa: oculta las verdaderas causas de la deforestación y debilita la credibilidad del movimiento ambiental.
La responsabilidad del activismo ambiental no es gritar más fuerte, sino argumentar con evidencia. Cuando se exagera o se reduce todo a la consigna de ecocidio, la causa pierde fuerza.
La pregunta de fondo sigue vigente: ¿queremos defender la selva o queremos ganar la narrativa política?