La Deuda Histórica y el Renacer Indígena
Desde hace siglos, la historia oficial ha repetido una verdad incómoda: el Estado mexicano tiene una deuda histórica con los pueblos indígenas. Una deuda que no es solo económica o política, sino espiritual, cultural, humana. Es un lastre que se arrastra desde hace más de 500 años, cuando llegaron las carabelas de Europa y comenzó la larga noche de la "colonización".
L@S COLUMNISTASPUEBLOS ORIGINARIOS


Pero mucho antes de ese encuentro violento, en esta tierra ya había vida, orden y sentido. Existían civilizaciones diversas con sus propias leyes —algunas civilizatorias, otras ligadas a la naturaleza—, con estructuras de gobierno, sistemas económicos, ejércitos organizados y un profundo conocimiento espiritual, medicinal y comunitario. En esta región del mundo, la ciencia se celebraba como milagro, la naturaleza era una aliada y el respeto mutuo era fundamento de coexistencia.
Aquí no había "salvajes"; había sabiduría.
El daño es profundo, pero no eterno
Con la llegada de los "colonizadores", comenzó una cadena de violencias que aún hoy deja cicatrices: masacres, enfermedades, saqueo, racismo, exclusión. El sistema político posterior a la Independencia tampoco corrigió el rumbo; por el contrario, lo profundizó: nos negaron espacios públicos, nos arrebataron la lengua, la tierra y hasta la autoestima.
Hoy, muchos jóvenes se avergüenzan de su raíz por las heridas culturales heredadas. ¿Cómo pedir participación política si se nos ha enseñado que pertenecer a un pueblo originario es una desventaja? ¿Cómo levantar la voz si se duda de nuestra capacidad solo por hablar otra lengua o vestir diferente?
Y, sin embargo, seguimos aquí.
No fue casualidad: el dolor también fue profetizado
Algunos creemos que nada de esto fue casualidad. Que nuestra historia ya anticipaba la llegada de la oscuridad. Que los pueblos sabían que habría que atravesar la noche para volver a ver la luz. Por eso a Hernán Cortés se le confundió con Quetzalcóatl: porque el mito y la historia se cruzan en los momentos cruciales. Y este fue uno de ellos.
Hoy, más de 500 años después, comprendemos que la oscuridad tuvo un propósito. La caída era necesaria para que renaciera una nueva era. Una era de fuerza, dignidad, perdón y reconstrucción.
Estamos tocando esa puerta.
La nueva era ya comienza
Ahora que México se transforma, que el poder cambia de manos y la conciencia social despierta, los pueblos indígenas estamos listos para entrar. No para reclamar con odio, sino para sanar con justicia. No para dividir, sino para reconstruir. Hemos soportado siglos de dolor; ahora queremos colaborar en la construcción de un país incluyente, fuerte, multicolor, con alma ancestral y visión de futuro.
Cobramos la deuda histórica no con rencor, sino con propuesta.
Queremos sentarnos a la mesa de las decisiones. Queremos ser parte del desarrollo, no sus víctimas. Queremos seguir hablando nuestras lenguas, pero también dialogar con las instituciones. Queremos honrar a nuestros abuelos, pero también diseñar un porvenir mejor para nuestros hijos.
Te esperamos, Quetzalcóatl
Como decía la profecía, el señor Biré ba'ká, el señor "1 Caña", ha regresado. El nuevo Quetzalcóatl ya se asoma entre nosotros. No viene con espada, sino con luz. No viene a dominar, sino a despertar. El pueblo está preparado para reconocerlo y caminar a su lado.
Es tiempo de renacer. Es tiempo de volver a ser lo que siempre fuimos: una Gran Nación de Pueblos Originarios, con sabiduría antigua y sueños nuevos. ¡Estamos listos! Estamos tocando la puerta.