La educación en tiempos de guerra.
En un mundo en guerra, la educación se ve profundamente afectada y a menudo es una de sus primeras víctimas. La guerra y los conflictos armados no solo interrumpen la asistencia a la escuela debido a la violencia, la destrucción de infraestructuras y el desplazamiento de poblaciones, sino que también pueden tener consecuencias a largo plazo en el desarrollo cognitivo y emocional de las infancias. Y de manera más extrema, la educación puede ser utilizada como un arma de guerra, con libros de texto y currículos diseñados para promover la violencia y el odio, en lugar de la paz y la comprensión entre las diferentes sociedades con sus contextos culturales.
L@S COLUMNISTASEDUCACIÓN


En un mundo en guerra, la educación se ve profundamente afectada y a menudo es una de sus primeras víctimas. La guerra y los conflictos armados no solo interrumpen la asistencia a la escuela debido a la violencia, la destrucción de infraestructuras y el desplazamiento de poblaciones, sino que también pueden tener consecuencias a largo plazo en el desarrollo cognitivo y emocional de las infancias. Y de manera más extrema, la educación puede ser utilizada como un arma de guerra, con libros de texto y currículos diseñados para promover la violencia y el odio, en lugar de la paz y la comprensión entre las diferentes sociedades con sus contextos culturales.
La educación y la guerra son dos realidades que se contraponen, son miradas de realidades que expresan las más oscuras enfermedades sociales. La guerra afecta el acceso a la educación de los más desprotegidos. La educación es utilizada como un arma que difunde las ideologías más violentas para adoctrinar en las infancias el odio hacia el “enemigo”, así es una herramienta para construir los pensamientos que determinan nuestras acciones con los otros durante nuestra vida. La guerra interrumpe con todas sus máscaras en la educación, destruye la identidad social, la organización de un pueblo, desploma la infraestructura escolar y pone en peligro a quienes quieren cuestionar el mundo.
Sin embargo, la educación también puede ser un motor para la paz, en ella se encuentran los preceptos más sutiles de la filosofía a través de la ética y la construcción de valores como la tolerancia, el respeto y la resolución pacífica de conflictos. En estos días, estos parecieran recuerdos de un mejor porvenir de la educación universitaria, como bastión de la consolidación de un país, se mira con tristeza que en los pasillos de las instituciones universitarias se encuentra la intolerancia, la violencia allana los espacios para el diálogo, y la solidaridad es botín junto con cualquier forma de expresión crítica ante la tiranía regente.
“Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz, la gente educa para la competencia y este es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz”, palabras de María Montessori, pedagoga, psiquiatra humanista y filósofa italiana.
Hoy la función social de la educación universitaria se desvanece, nos deja una sombra de la formación de los actores críticos de los universitarios, donde la meta gira en torno a la producción y difusión del conocimiento sobre especializado en revistas científicas, la promoción del desarrollo social y la contribución al avance cultural y económico de la sociedad queda de lado. Las universidades requieren repensar su rol como un elemento indispensable en la transmisión de valores éticos y en la formación de ciudadanos comprometidos con su entorno, capaces de vivir en paz consigo mismos y con los demás.
No hay camino para la paz, la paz es el camino, Mahatma Gandhi.