No somos histéricas, somos históricas. El costo emocional de ser mujer en el poder

Ser mujer en el poder no es llegar a un lugar. Es atrincherarse en él todos los días. Es aguantar la respiración con la espalda recta, la voz firme y los sentimientos bajo llave. No es tener tu silla en la mesa; es que cada mañana te pregunten, con la mirada, si de verdad te la ganaste. A ellos nadie les pregunta. Ellos llegan y punto.

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Aline Galicia

7/25/20252 min read

Ser mujer en el poder no es llegar a un lugar. Es atrincherarse en él todos los días. Es aguantar la respiración con la espalda recta, la voz firme y los sentimientos bajo llave. No es tener tu silla en la mesa; es que cada mañana te pregunten, con la mirada, si de verdad te la ganaste. A ellos nadie les pregunta. Ellos llegan y punto.

Nos robaron el derecho a improvisar. A equivocarnos. A ser, simplemente. La firmeza es ser “mandona”. La duda es “inseguridad”. La voz alta es “histeria”. El silencio, “falta de carácter”. Te obligan a caminar por una cuerda floja que ellos mismos sostienen, esperando el tropiezo.

Mientras ellos trazan mapas de estrategia, nosotras calculamos el riesgo de sonreír demasiado o demasiado poco. Llevamos encima no solo nuestras propuestas, sino las expectativas de un mundo que nos aplaude al llegar y, en secreto, reza para que fallemos.

Hay un impuesto invisible que se paga con salud mental. Se paga en las noches sin dormir, en morderte la lengua para no ser “la complicada”, en traicionar tu propio instinto solo para sobrevivir a la siguiente junta. Es un desgaste del que nadie habla, una procesión que va por dentro.

Y luego está la invalidación, una herramienta más sutil que el insulto. Pensemos en Claudia Sheinbaum. El ataque más constante que recibe ya no es sobre su apariencia, sino sobre su autonomía. La narrativa de que es una "continuación" o una "calca" busca negar su propia trayectoria, su propia voz. Es la forma moderna de decir que una mujer no puede llegar tan alto por sí misma; que detrás de su poder, forzosamente, tiene que estar la sombra de un hombre. Es una forma de escrutinio que no ataca el cuerpo, sino la legitimidad misma de nuestro liderazgo.

Pero a pesar de todo, aquí estamos. No nos hemos ido.

Porque no, no somos histéricas. Somos históricas. Escribimos la historia con el pulso tembloroso a veces, pero con una tinta que nadie podrá borrar.

Estamos hartas de aplausos por “romper el techo de cristal” si al otro día esperan que barramos los vidrios. Queremos lo que ellos tienen: el derecho a mandar, a liderar y a cagarla. Sí, a equivocarnos. A ser humanas, no monumentos.

Exigimos que el poder deje de pasarnos factura en el alma. La verdadera revolución es emocional. Y empieza el día que dejemos de pedir permiso para ocupar un lugar que ya es nuestro.