Para que exista justicia social debe haber justicia en el trabajo de cuidados

En cada hogar de México, detrás del desayuno servido, la ropa limpia, la visita al hospital o el acompañamiento a una persona mayor, existe una red invisible, silenciosa y esencial: el trabajo de cuidados. Esa labor que no aparece en las nóminas ni en las estadísticas económicas, pero sin ella, la vida diaria, y el propio sistema económico, colapsarían.

L@S COLUMNISTAS

Selene Cruz Alcalá

6/26/20252 min read

En cada hogar de México, detrás del desayuno servido, la ropa limpia, la visita al hospital o el acompañamiento a una persona mayor, existe una red invisible, silenciosa y esencial: el trabajo de cuidados. Esa labor que no aparece en las nóminas ni en las estadísticas económicas, pero sin ella, la vida diaria, y el propio sistema económico, colapsarían.

Cuidar a un niño con discapacidad, asistir a una persona enferma, garantizar el bienestar de alguien que no puede valerse por sí mismo, no es una tarea menor ni espontánea. Es trabajo. Trabajo físico, emocional, continuo. Trabajo que implica sacrificios y renuncias, que requiere tiempo, energía y habilidades, pero que, en México, no se paga, no se reconoce y no se protege.

Aunque parezca invisible, de acuerdo con el INEGI, el trabajo de cuidados no remunerado representa el 24 % del Producto Interno Bruto del país. Más que sectores como el comercio o la manufactura. ¿Por qué entonces no se contabiliza como empleo? ¿Por qué quienes lo realizan no tienen derecho a seguridad social, a un salario, a una pensión?

La respuesta está enraizada en una estructura de género profundamente desigual: históricamente, el cuidado ha sido asignado a las mujeres como un deber “natural”, moral o afectivo. No como un trabajo que merece retribución y garantías. Esta visión ha condenado a millones de mujeres a la precariedad, la dependencia y la invisibilidad.

Pensemos en Teresa. Tiene 42 años, vive en Nezahualcóyotl, y cuida sola a su hijo de nueve años con parálisis cerebral. Su jornada es de más de 60 horas semanales, pero no cotiza en el IMSS, no tiene ingresos formales ni acceso a pensión. Teresa no puede trabajar fuera de casa porque su hijo la necesita 24/7. Tampoco puede pagar servicios privados. Su vida es un sostén permanente de amor y esfuerzo, que no tiene reconocimiento ni respaldo del Estado.

Y como Teresa, hay millones: niñas que abandonan la escuela para cuidar a sus hermanos; madres jóvenes que dejan empleos por falta de guarderías; abuelas enfermas que cuidan a otras personas mayores. Todas cargando una responsabilidad social que el país ha preferido ignorar.

Invisibilizar el trabajo de cuidados no es solo una injusticia: es una decisión política con consecuencias económicas y sociales gravísimas. México pierde miles de millones de pesos al año por no reconocer este trabajo. Además: se limita la inserción laboral de las mujeres, sobre todo las más pobres. Se reproduce la pobreza intergeneracional. Se sobrecargan los sistemas de salud y asistencia social. Se frena el crecimiento económico del país.

No podemos hablar de desarrollo, igualdad ni democracia sin poner en el centro a quienes cuidan. No puede haber justicia social si ignoramos esta base de la vida.

Este no es un problema de unas cuantas. Es una responsabilidad de todas y todos. Como ciudadanía tenemos el deber de:

· Reconocer que cuidar es trabajo.

· Compartir equitativamente las tareas del hogar entre hombres y mujeres.

· Apoyar a quienes cuidan: a nuestras hermanas, vecinas, etc.

· Exigir políticas públicas de cuidado dignas, universales y sostenibles.

· Hablar de este tema en escuelas, trabajos y comunidades.

Cuidar debe ser un derecho y una responsabilidad social, no una carga privada ni una condena femenina. El cuidado debe dejar de estar en las sombras para ocupar el lugar central que le corresponde en el proyecto de país que aspiramos construir: más justo, más humano, más igualitario.

Sin justicia en el cuidado, no habrá justicia para nadie.