¿Para quién es la ciudad? Gentrificación, turistificación y el espejismo del turismo extranjero
La Ciudad de México y otras urbes del país se preparan para recibir uno de los eventos más grandes del planeta: el Mundial de Futbol 2026. Pero mientras se habla de infraestructura, derrama económica y visibilidad internacional, pocos se detienen a pensar en quiénes realmente ganan y quiénes pierden con este tipo de megaeventos.
L@S COLUMNISTAS


La Ciudad de México y otras urbes del país se preparan para recibir uno de los eventos más grandes del planeta: el Mundial de Futbol 2026. Pero mientras se habla de infraestructura, derrama económica y visibilidad internacional, pocos se detienen a pensar en quiénes realmente ganan y quiénes pierden con este tipo de megaeventos.
En barrios como la Roma, Condesa, Coyoacán o el Centro Histórico, etc., la gentrificación y la turistificación no son procesos nuevos. Sin embargo, la llegada del Mundial ha acelerado estos fenómenos de forma preocupante. Rápidamente, los precios de renta y venta de vivienda han subido, los negocios tradicionales están siendo desplazados por cafés boutique y Airbnbs, y los residentes de toda la vida están siendo forzados a abandonar sus colonias porque ya no pueden pagar para seguir habitándolas.
Lo que alguna vez fue orgullo barrial, ahora se convierte en producto turístico. Y es que cuando una ciudad se prepara para recibir turistas, pero no se preocupa por proteger a su gente, se corre el riesgo de convertirla en una escenografía vacía. ¿Qué verá el visitante extranjero cuando llegue? ¿Un México auténtico o un decorado funcional creado para sus fotos y su consumo?
Es importante subrayarlo: esto también afecta la experiencia del turismo extranjero. Quienes viajan a México no lo hacen solo por su clima o su comida, sino por su cultura viva, su gente, sus calles con historia y contradicciones. El visitante quiere conocer el alma de una ciudad, no su versión maquillada para turistas. Cuando la gentrificación borra la identidad local, el turismo pierde valor.
A esto se suma la precariedad laboral que acompaña la turistificación. Los trabajos que genera suelen ser temporales, mal pagados y sin derechos laborales garantizados. Entonces, ¿quién realmente se beneficia con esta forma de “desarrollo”?
No basta con embellecer calles para las cámaras, por eso hoy más que nunca se necesita acción política con perspectiva social y territorial. Es momento de que las autoridades, tanto federales como locales, tienen la responsabilidad de:
• Regular el uso del suelo y la expansión de plataformas como Airbnb.
• Urge el acceso a la vivienda digna y proteger el acceso a la vivienda, la vivienda es un derecho no una mercancía.
• Diseñar políticas y fomentar un modelo de turismo sostenible, que respete a las comunidades locales.
• Reforzar el comercio tradicional y el empleo digno, para que el beneficio económico no quede solo en unos cuantos bolsillos, que respeten tanto a quienes habitan la ciudad como a quienes la visitan.
Y también es hora de que la ciudadanía alce la voz. Las ciudades no deben ser mercancía. Son espacios vivos, construidos por quienes las caminan, las trabajan y las sueñan todos los días. No dejemos que el Mundial se convierta en una excusa para despojar a más personas de su derecho a habitar su propio barrio.
El futuro turístico de México no puede construirse a costa de quienes ya viven aquí. Porque si la ciudad deja de ser para su gente, también dejará de ser atractiva para el mundo.