Redes sociales: ¿Campo de batalla o espejismo democrático?
En un mundo donde un hashtag puede encender revoluciones o sepultar causas, la izquierda progresista enfrenta un reto: ¿cómo usar estas plataformas para amplificar su visión de justicia social sin caer en el ruido que fragmenta?
L@S COLUMNISTAS


¿Son las redes sociales un megáfono para la indignación colectiva o un espejismo que nos hace creer en diálogos democráticos mientras nos perdemos en likes y polarización?
En un mundo donde un hashtag puede encender revoluciones o sepultar causas, la izquierda progresista enfrenta un reto: ¿cómo usar estas plataformas para amplificar su visión de justicia social sin caer en el ruido que fragmenta?
En América Latina, las redes han destapado el hartazgo ante discursos que no se conectan con la realidad. En Argentina, la frustración por promesas económicas incumplidas –inflación desbocada, empleos precarios– creó un caldo de cultivo para figuras como Javier Milei. A pesar del surrealismo que habita en su cabeza y la paranoia escandalosa con que se conduce, su retórica libertaria resonó en redes por su estilo directo y viral, capturando el enojo antiestablishment. Pero bueno, no estoy aquí para emitir juicios personales, sino para observar: su ascenso no fue solo ideológico, sino un triunfo de su comunicación que se sintió más cercana que narrativas progresistas desgastadas.
En Chile, el estallido social de 2019, organizado en Instagram y Twitter, llevó a Gabriel Boric al poder con un mensaje de transformación. Pero el desafío persiste: cuando las reformas tardan, las redes que alzan causas también amplifican la impaciencia, dando espacio a discursos conservadores. ¿Cómo sostiene la izquierda su narrativa en un entorno tan volátil?
Échenle un ojo a Nepal, septiembre de 2025: el gobierno suspendió 26 plataformas sociales para “frenar la desinformación”. El resultado fue caos, pero caos del bonito: protestas organizadas en apps como Discord incendiaron el parlamento y forzaron la renuncia del primer ministro Oli. Las redes no inventaron el enojo contra la corrupción; lo canalizaron, mostrando su poder para amplificar voces marginadas.
En Bangladesh, estudiantes usaron memes y videos virales en 2024-2025 para derrocar a Sheikh Hasina, pero la poscrisis se enredó en violencia, con deepfakes en Telegram avivando el fuego.
En Kenia, las protestas Gen Z de 2025, coordinadas en TikTok y WhatsApp, gritaron contra la corrupción, dejando más de 120 muertos desde 2024. Estos casos muestran un patrón: las redes empoderan, pero sin estrategias claras, el ruido digital puede opacar las causas justas.
Globalmente, el panorama es similar. En Europa, la ultraderecha –Le Pen en Francia, Meloni en Italia– usa redes para viralizar mensajes simples que explotan miedos, mientras la izquierda batalla por contrarrestar con propuestas complejas.
En Estados Unidos, el asesinato de Charlie Kirk se volvió viral al instante en TikTok y X, con imágenes gráficas del disparo propagándose al instante. El asesinato, que ha sacudido especialmente a la Gen Z, generó un torbellino de memes oscuros, teorías conspirativas y reacciones viscerales que han radicalizado aún más a esta generación. Jóvenes atraídos por narrativas extremas fluyeron hacia ecosistemas polarizados, elevando el apoyo a discursos de derecha entre hombres Gen Z del 36% en 2020 al 47% en 2024, pero también avivando un 20% que justifica violencia política en encuestas recientes, un fenómeno que normaliza los extremos y erosiona el debate.
¿Es esto el pináculo de la polarización digital, donde un asesinato se convierte en contenido viral que mueve opiniones y profundiza divisiones?
En México, la presidenta Claudia Sheinbaum ha comunicado con claridad una visión de inclusión y progreso que resuena con las aspiraciones de cambio social. En contraste, la estridencia descoordinada y hasta un poco esquizofrénica de las y los voceros opositores ha alimentado un ruido constante en redes, polarizando el debate y desviando la atención de discusiones sustantivas. El riesgo acecha: algoritmos que premian el conflicto sobre el diálogo pueden desviar incluso los mensajes más sólidos, consistentes y planeados.
El paradigma cambió: todas y todos somos emisores en un circo digital donde el engagement manda. La pregunta es provocadora: ¿pueden las redes ser puentes para una izquierda que una, o son un coliseo donde solo ganan los gritos más fuertes? Si la izquierda apuesta por mensajes empáticos y basados en datos, ¿logrará competir con la visceralidad de los extremos?
La izquierda en México, en su momento histórico, tiene la chance de liderar narrativas que construyan.
Entonces, ¿qué sigue? ¿Creemos que las redes democratizan, o son un campo minado donde la verdad compite con el espectáculo?
¿Cómo hacemos que las ideas progresistas lideren sin perderse en el ruido? Pues bueno… si alguien quiere convertir estas preguntas en respuestas que comuniquen chingón, sabe dónde encontrarme para afinar el mensaje.
